El llamado “Milagro de los Andes” cumplió 50 años. Sin embargo, se dio producto de una tragedia, al estrellarse un avión uruguayo en la Cordillera de los Andes. En el accidente murieron 29 personas y, tras 72 días en una de las zonas más inhóspitas e inaccesibles, sobrevivieron 16.
La tragedia de los Andes
Un 13 de octubre de 1972, el avión 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya voló con 45 personas de Uruguay a Chile. Entre los pasajeros, 19 eran miembros del equipo de rugby Old Christians Club, junto con familiares, simpatizantes y amigos.
Mientras cruzaba los Andes, el copiloto del Fairchild FH-227D, piloto al mando, creyó que llegaron a Curicó (Chile), cuando las lecturas de los instrumentos indicaban lo contrario.

La aeronave comenzó a descender y chocó contra una montaña, cortándose ambas alas y la sección de cola. La parte restante del fuselaje se deslizó por la montaña unos 725 metros antes de chocar contra el hielo y la nieve en un glaciar. Ésta se ubicaba, al momento del accidente, a 3 mil 570 metros de altura, en la frontera entre Argentina y Chile.
Algunos fallecieron al momento del impacto y otros días después debido a las bajas temperaturas y las graves heridas.
El milagro de los Andes
Las autoridades comenzaron a buscar la aeronave y sobrevolaron el lugar del accidente varias veces durante los siguientes días. Los sobrevivientes vieron tres aviones sobrevolar, pero no pudieron llamar su atención, y ninguno de los tripulantes del avión vio el fuselaje blanco en la nieve.
Los esfuerzos de búsqueda se cancelaron después de ocho días, los buscadores concluyeron que no había esperanzas. Esperaban encontrar los cuerpos en el verano cuando la nieve se derritiera.
Luego de 72 días de la tragedia, el 23 de diciembre de 1972, fueron rescatados 16 sobrevivientes. Los que sobrevivieron resultaron con heridas graves, como fracturas en las piernas, golpes en la cabeza, brazos y en otras partes del cuerpo.
¿Cómo sobrevivieron tantos días?
Los pasajeros quitaron los asientos rotos y otros escombros de la aeronave y crearon un tosco refugio de 2.5 x 3 metros. Para tratar de protegerse del frío, utilizaron equipaje, asientos y nieve para cerrar el extremo abierto del fuselaje. Quitaron las fundas de los asientos, que estaban parcialmente hechas de lana, y las usaron para mantenerse calientes
Improvisaron un colector solar con láminas de metal para derretir la nieve que goteaba en botellas de vino vacías. También unos anteojos de sol usando los parasoles en la cabina del piloto, alambre y una correa de sostén. Asimismo, usaron los cojines de los asientos como raquetas de nieve.
Las personas enfrentaron graves dificultades para sobrevivir las noches en las que las temperaturas bajaron a -30 °C. Pocos tenían experiencia en la nieve o en las alturas. A eso se sumó que carecían de suministros médicos, ropa y equipo para clima frío o alimentos.
La polémica que les salvó la vida
Uno de los hechos que causó polémica, pero que salvó la vida de los 16 sobrevivientes, fue la decisión de comer carne humana, es decir, de los pasajeros fallecidos. La opción no fue bien tomada por todos, pero finalmente aceptaron porque no tenían alimento.
En el lugar no había vegetación natural ni animales cerca. Solamente contaban con ocho barras de chocolate, una lata de mejillones, tres tarros pequeños de mermelada, una lata de almendras, unos dátiles, caramelos, ciruelas secas y varias botellas de vino.
Todo se dividió y racionó para que durara el mayor tiempo posible. Pero, la comida se acabó después de una semana. Al décimo día del accidente, ante el hambre y la muerte, los que estaban vivos acordaron que, en caso de morir, los demás podrían consumir sus cuerpos para poder vivir. Sin elección, los supervivientes comieron la carne de los cuerpos de sus amigos muertos.
El sobreviviente Roberto Canessa describió la decisión de comerse a los pilotos y a sus amigos y familiares muertos: “Sabíamos la respuesta, pero era demasiado terrible para contemplarla” dijo. “Nos preguntábamos si nos volveríamos locos incluso por contemplar tal cosa”, añadió.
Finalmente, el grupo sobrevivió al decidir colectivamente comer carne de los cuerpos de sus compañeros muertos. Esta decisión no se tomó a la ligera, ya que la mayoría de los muertos eran compañeros de clase, amigos cercanos o familiares.
Algunos se negaron o no pudieron retenerla. Secaron la carne al sol, lo que la hizo más comestible. Al principio, la experiencia les asustó tanto que solo podían comer piel, músculo y grasa. Cuando disminuyó el suministro de carne, también comieron corazones, pulmones e incluso cerebros.

El rescate
Además de las inclemencias de las bajas temperatura y la falta de alimentos, pasaron por avalanchas y más muertes de amigos
El 11 de diciembre, los sobrevivientes escucharon por una radio de transistores que la Fuerza Aérea Uruguaya había reanudado su búsqueda. Un día después, tres hombres se dirigieron a la montaña para realizar algunas expediciones y encontrar ayuda. Caminaron unos 38 kilómetros durante 10 días.
Los hombres descendieron de la montaña y encontraron señales de vida humana. Lograron contactar a un hombre al otro lado de un río y comunicarle del accidente con un papel y lápiz que este último les lanzó.
“Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?
Así, la tarde del 22 de diciembre de 1972, dos helicópteros que transportaban personal de búsqueda y rescate llegaron a los supervivientes. Fueron tratados por mal de montaña, deshidratación, congelamiento, huesos rotos, escorbuto y desnutrición.
Sobrevivientes
A lo largo de los años, los sobrevivientes publicaron libros. Además, se realizaron películas y producciones televisivas, teatro, música.
